Somos una ciudad que pasó ya los doscientos años de vida. Tenemos un largo camino recorrido, a través del cual la historia patria nos ha prodigado sus más atractivas páginas. Sin embargo, pese a nuestra larga experiencia, aún mantenemos vivitos y coleando problemas elementales de urbanización, que harÍan sonrojarse hasta la ciudad más cÍnica, si existieran ciudades cÍnicas en el mundo.

Basta salir una, dos o tres cuadras de la pomposa avenida Manuel RodrÍguez para enterrarnos en el barro hasta el tobillo. Cruzar una calzada en un dÍa de lluvia es un complejo problema pitagórico y un serio conflicto con las sensaciones de equilibrio en nuestro organismo. Hay agua, barro, piedras que significan, en buen castellano, indiferencia crónica de las autoridades competentes. Es una especie de cinismo en mostrar la cara de los barrios: sucia y carcomida, porque se le exhibe asÍ como si fuera lo más natural del mundo.

Cuando se les advierte del hecho se adquiere una actitud comprensiva, progresista… pero cÍnica, porque allÍ permanece inalterable el problema como en los peores tiempos de la urbanidad antigua.

Se insiste en el cinismo, porque mientras se embellecen plazas y plazuelas, avenidas y mercados, se mantienen en condiciones coloniales los barrios populares.

Ocurre simplemente que el problema importa tanto como una pulga más en el litoral epidérmico de un quiltro de mala muerte. Estamos seguros que esta propuesta se hundirá en el lodo de la indiferencia habitual, pero seguiremos creyendo en el antiguo y sabio dicho popular de “tanto va el cántaro al agua, que al fin se rompe”.

* Incluye suplemento de cuatro páginas en conmemoración de la liberación de Cuba.

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