No cabe la menor duda que la celebración de los 150 años de libertad en nuestra ciudad careció de todo lo que uno puede imaginarse de positivo, y que hubiera servido de gran exaltación patriótica. Una magnÍfica oportunidad para haber puesto de relieve el cariño y el amor que los colchagüinos sentimos por la patria.
Pero, a decir verdad, a las autoridades les faltan dedos para el piano. Nada importante a excepción honrosa de ese esfuerzo magnÍfico del regidor Aquiles Cornejo y de los comerciantes para alumbrar la avenida Manuel RodrÍguez. Nada que hubiera dejado un recuerdo imperecedero, a excepción honrosa también del compromiso de la colonia española residente de levantar próximamente un busto de don José Manso de Velasco. Y… ¿qué más?
Ser autoridades de una ciudad como la nuestra precisa no de unos cuantos votos mal o bien conseguidos. Se precisa, antes que nada, un criterio de dirigente, una visión concreta del espÍritu y de la idiosincrasia del pueblo donde será autoridad. Se precisa conocer a fondo sus problemas, haber palpado su esperanza, sus anhelos, sus necesidades. En resumen, hace falta conocer a quién se gobierna para actuar bien.
Y esto no ocurre por desgracia en San Fernando. Basta el ejemplo de lo que se hizo en nuestra ciudad para celebrar esos 150 años de libertad. Ya se ha dicho: fondas sucias, donde el vino era el único héroe de la jornada dieciochera. También se ha dicho lo que deberÍa hacerse.
Pero lo que no se ha dicho es que un viejo profesor, canoso ya pero con un espÍritu joven lleno de resonancias y primaveras, sacó la cara por todas las autoridades dando ejemplo de esfuerzo, de amor patrio y de un sentido normal de los acontecimientos. Porque hay que ser algo asÍ como anormal para no haber comprendido la grandiosidad de las efemérides.
Heriberto Soto se llama el profesor. Hablar sobre él es como hablar sobre algo tan conocido como la avenida JunÍn. Hay que hablar sobre lo que hizo. Inauguró la semana pasada una exposición histórico-cultural llamada a hacer época en la zona. AllÍ reunió, con esa perseverancia y paciencia de los investigadores de la historia, nada menos que la colección completa de la Aurora de Chile, pinturas famosas, reliquias tan admiradas como aquel pedacito de madera adherido a un cuadro que perteneció a la heroica Esmeralda, y tantas otras cosas interesantes, largas de enumerar. Numerosas personas llegaron hasta la Biblioteca del Liceo de Hombres a admirar lo que reunió el viejo historiador en diferentes casas de San Fernando, donde se guardan objetos de valor incalculable.
Esta lección de Heriberto Soto ojalá la aprendan nuestras autoridades. Ojalá que se haga carne en ellas esta posición que debe tenerse frente a hechos trascendentales que no pueden tomarse de la misma manera que el cumpleaños de una perrita regalona.
San Fernando fue una de las ciudades más frÍas para el 18 y eso que ningún terremoto le botó siquiera el más miserable muro.
Saludamos desde este rincón de El Guerrillero a este roble viejo y bueno, con un corazón florecido, que es Heriberto Soto, de hijos ya hombres y ordenador e investigador de nuestra historia.1 Gracias a su exposición se logró algo serio y grande en el mes de la patria.
1Heriberto Soto fue profesor, investigador, ensayista, coleccionista y periodista. Nación Codao, comuna de Peumo. Hizo sus primeros estudios en el Liceo de Rengo y ejerció la docencia desde fines de la década de 1910. Como periodista le correspondió dirigir el periódico El Heraldo de San Fernando, perteneciente a los masones y al Partido Radical. Presidió el grupo literario Los Afines y el Rotary Club, fue director del Instituto de Conmemoración Histórica, integró la Casa de la Cultura, la Tribu Deuma, el Instituto Chileno Hispánico de Cultura, entre otras instituciones. También se desempeñó como bibliotecario del Liceo de Hombres, hoy Neandro Schilling. En abril de 1960 fue declarado hijo ilustre de San Fernando. Autor de los libros “Aporte de Colchagua a la cultura nacional” (1952) e “Historia de la Villa de Chimbarongo” (1971). VÍctima de un infarto cardÍaco, falleció a los 80 años de edad en la mañana del 9 de septiembre de 1973. Un liceo de San Fernando lleva su nombre.