Hay una monserga bastante conocida que se pone de coraza cada vez que alguien se toma el atrevimiento de hablar sobre los reajustes de sueldos y salarios: “Si se alzan, se alza el costo de la vida, y la cosa continúa peor”, punto. Y arreglado el problema. Y esto, a simple vista, parece una gran razón. ¿Quiénes lo dicen? Los que no viven de un salario, por empezar. ¿Quiénes lo pregonan? Precisamente los que tienen que pagarlos.

Pero continuemos con las cosas simples. El Supremo Gobierno, al estilo de los mercaderes más inescrupulosos, ofreció bajo: apenas un 10%. Se mantuvo en este inmisericorde ofrecimiento durante dos años, pretendiendo demostrar que con $ 110 se puede comprar algo que cuesta ahora 138 pesos. Este es el alza del costo de la vida en enero de 1959. El dato oficial, que para nadie es desconocido, adolece de poca realidad ya que estudios serios comprueban que el alza del costo de la vida subÍa del 40%. A estas alturas ha logrado agudizarse más aún.

Como la cosa no es ningún paraÍso, la clase trabajadora reunida y organizada en la CUT salió a la calle. Para que no gritaran más y para continuar escondiendo la realidad nacional, en vez de reajustes les dieron balas. Más de treinta heridos y dos nuevos mártires tiñeron el pavimento de las calles de Santiago.

Ahora se subió el reajuste a un 15%. Una bondad extrema del Gobierno, que hizo derramar lágrimas de agradecimiento hasta a los más duros. Pero siempre quedó corto, porque con $ 115 tampoco usted compra ahora lo que cuesta 138 o 145 pesos. ¿Que las cosas no suben? ¡Mentira! Un par de zapatos vale ahora más caro que el año pasado, y se podrÍan citar cientos de ejemplos.

Pero sigamos con lo simple. ¿PodrÍan solucionarse los problemas del paÍs rebajando incluso los salarios? Posiblemente. ¿Pero a costa de quién? De toda la clase trabajadora. Y por rara coincidencia, la clase trabajadora es la mayorÍa del paÍs. Se gobierna, entonces, para una minorÍa. ¿Y quiénes son esta minorÍa? Hay que decirlo: los gerentes; Osvaldo de Castro, el hombre que ha tenido más reajustes en Chile sin ningún provecho; las grandes empresas y los monopolios extranjeros.

Como la quebradera es general y el paraÍso de la democracia tirita por sus reservas de oro, aquÍ tenemos que mantenerles todas sus prerrogativas mientras los obreros y campesinos comen carne una vez cada quince dÍas, o una vez al mes, o simplemente para Navidad. Mientras, en Chile y en Argentina, la leche se aleja del hogar cada dÍa más. Cuando en el Perú y Colombia el problema de la habitación se hace cada vez más angustioso.

¿Qué es lo que desean entonces? ¿Que nos quedemos callados? Lamentablemente aún no le han subido el costo al aire que respiramos, suficiente aún para llenar los pulmones y lanzar el grito de rebeldÍa que se nos anida en medio del pecho.

No se piden reajustes para ir los fines de semana a Viña del Mar, ni para cambiar de coche, ni para comprar caballos de carrera, ni siquiera para ir más seguido al cine. Se piden reajustes para comer, para vestirse, para solucionar problemas elementales del vivir.

Seguir apretando la cuerda es poder romperla en cualquier momento.

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