Vencer un ejército es sencillo. Basta con otro ejército. Vencer un pueblo es imposible. Esta experiencia la sintieron en carne propia los cochinos, los traidores y los mercenarios que se atrevieron a colocar sus sucias manos en la isla de Cuba.

Tuvieron, como en todos los crÍmenes, sus grandes aliados: los yanquis. Ellos les dieron la inspiración, el entrenamiento, las armas y la seguridad de que vencerÍan. Contaban para ello con el pueblo de Cuba. Pero el pueblo de Cuba les rompió las narices, cumpliéndose al pie de la letra la frase revolucionaria: “Los que vengan a asaltar nuestras escuelas y nuestros hospitales, nuestra reforma agraria, nuestros ingenios azucareros, aquÍ se quedarán, tiesos y rÍgidos para siempre”.

Nunca América Latina ha tenido un triunfo tan grande, desde O’Higgins y San MartÍn, desde Sucre y BolÍvar. El asalto y el garrote se han quebrado y aplastado en el pecho generoso de un pueblo pujante que ya encontró el camino de su libertad económica y polÍtica.

Quedan todavÍa los imbéciles que no entienden que la lucha librada por Cuba es la lucha de toda América, por su emancipación total y definitiva del yugo miserable del imperialismo, con los mismos que antaño no entendieron las ideas libertarias de la revolución francesa. Son los mismos que después no comprendieron la revolución bolchevique.

Pero la gran mayorÍa, el pueblo que ve congelados sus salarios y que siente cómo se le viene encima el alza del costo de la vida, está con Cuba, con la Cuba de Fidel y de Raúl, con la Cuba del Che Guevara y de Dorticós, con la Cuba de la reforma agraria y de las grandes construcciones. Todos los pueblos de América y del mundo, por eso, se movilizaron como un só elo hombre en defensa de la gloriosa Cuba, porque en ella ven el sÍmbolo de un pueblo varonil que rompió, en una gesta heroica y enaltecedora, los lazos humillantes que la amarraban al pesado carro del imperialismo norteamericano.

Ahora las lamentaciones y la histeria colectiva de los señores del garrote, quienes tendrán muy presente que puede haber otro garrote más largo y más duro que les llegará desde lejos, pero exacto a la cabeza. Ellos bien saben quiénes pueden esgrimir ese garrote poderoso y definitivo. Le tienen miedo. El miedo tremendo de la historia que les vuelve, tremendamente, la espalda.

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