Cada uno agarra el idioma como puede. “Agarra” y no “coge” porque a los centroamericanos les caerÍa mal, y porque en el caso que voy a tratar el “coge” no corresponde y sÍ el “agarre”.
La diferencia entre paciencia y aguante es notoria, si agarramos al lenguaje o al idioma para el divino chuleteo. Veamos. Es bueno tener paciencia, porque esto de “piano piano valontano” lo descubrieron los antiguos con muy buenos resultados, especialmente porque en aquel entonces se andaba en carreta tirada por bueyes y hoy en jets. La paciencia tiene una amiga que se llama esperanza, y el aguante tiene una vieja bruja al lado que se llama desesperación.
Se ha tenido paciencia durante 150 años con los explotadores del pueblo, y en vez de pasarles el cuchillo por el gaznate como se ha hecho en todas las revoluciones de que tengo conocimiento, aquÍ se tiene la esperanza que, sin derramar una sola gota del precioso lÍquido, estos caballeros finalmente tendrán que echarse el pollo.
Pero se ha confundido la paciencia con el aguante, y el aguante es una continua impaciencia.
Los bellacos sacan pecho y se les infla la pechuga como pavo encolerizado. Me gustarÍa saber qué va a pasar cuando el puño cerrado de la clase obrera caiga como un martillo encima de la reacción. Se van a tragar la pechuga, porque finalmente la fuerza y el poder del pueblo es infinito e indestructible.
Todo el mundo sabe que se pasó de la paciencia al aguante, y nadie podrá decir que el Gobierno popular no ha hecho todos los esfuerzos necesarios, habidos y por haber, por arreglar las cosas como caballeros. Se insiste en ir a las manos. La derecha reaccionaria es como una persona que, en trance de pelear, provoca al rival lanzándole toda clase de groserÍas para impacientarlo y obligarlo a ir a los coscachos; y el Gobierno y los trabajadores son como aquella persona que quiere evitar la pelea llamando al buen sentido, al buen criterio.
Pero la paciencia se pasó al aguante. Se asesinan campesinos, se derrocan ministros, se asalta a estos secretarios de Estado en sus propias casas, a los senadores, a los generales. Injurian, calumnian, sabotean y contrabandean. Se les permite usar sus poderosos medios de comunicación que, minuto a minuto, pulverizan al Gobierno.
Bueno, ¡cuidado! Esa persona que llama al buen criterio, cuando recibe un número determinado de cachetadas se cansa y le aparece el indio. Entonces vendrá el crujir de dientes y el reventar de huesos. Entonces no habrá cómo parar la cosa, porque esa persona hizo todo para no pelear y ya no le quedó otra alternativa. El castigo será inmisericorde. Bien ganado se lo tienen por no aceptar, ni siquiera, las palabras de buena crianza.