Los defensores de la democracia, de la libertad, de la cultura occidental, de la cacha de la espada, de la pata de la guagua y de los calzones de goma se están pisando la cola.

Desde que nacimos nos están enseñando que el orden y la tranquilidad deben ser nuestra meta. Y bien sabÍamos nosotros que ellos necesitaban orden y tranquilidad para explotarnos sin problemas. Cuando alegábamos y les decÍamos que nos estaban metiendo el dedo en la boca nos acusaban de comunistas y de vende-patria.

Los serenos, los tolerantes, los de las sonrisitas académicas estaban defendiendo el sistema de vida de occidente y, para ellos, la institucionalidad y las libertades públicas estaban por encima de todo. Y era natural porque la institucionalidad y las libertades públicas les permitÍan mantener sus privilegios, entregándose de cuerpo entero al imperialismo.

Pero la tortilla comenzó a darse vuelta y se les fue cayendo la careta y todas las vestiduras, hasta los calzoncillos, para quedar a poto pelado, tal como son a la vista y paciencia de todo el mundo. Se echaron a la bolsa la libertad, la cultura occidental, la democracia, la institucionalidad, la cacha de la espada, la pata de la guagua y los calzones de goma. Se transformaron de la noche a la mañana en perturbadores del orden público, en sediciosos, en fascistas, recurrieron a la violencia como el instrumento más exquisito para derrocar al Gobierno legalmente constituido.

Acaparan, especulan, cierran el comercio, botan las mercaderÍas a los canales o las entierras, se llevan el ganado a Argentina, sacan fabulosos contrabandos a los paÍses limÍtrofes para crear el caos, la angustia y el desconcierto. Flor de demócratas, flor de republicanos, flor de patriotas. O los dejan seguir explotando y expoliando a las mayorÍas nacionales o todo se va a la cresta. Dios los guarde por muchos años para la bienaventuranza de las generaciones venideras.

Si mi abuelo se levantara de la tumba, acostumbrado como estaba a respetar el orden, la disciplina, la democracia, andarÍa trotando por las calles con todo su esqueleto a cuestas pidiendo que se reabrieran los campos de concentración de Pisagua para encerrar a los descendientes putativos de liberales y conservadores, o de los pipiolos y pelucones. Se irÍa de espalda el loro cuando se diera cuenta que los sediciosos no eran comunistas, sino la flor de la aristocracia acompañada de todos sus lacayos y capataces y de los tontos lesos que en este paÍs no faltan nunca.

Asaltan a los ministros, asesinan a los campesinos, quieren el caos. Asedian las casas de los generales y la desesperación los pone frenéticos e histéricos. Quieren mocha. Yo digo, ¿y por qué no les damos en el gusto? ¡Hasta cuándo joden! ¡Hasta cuándo amenazan, especulan, acaparan, contrabandean, roban! ¡Hasta cuándo! La paciencia tiene su lÍmite. Los trabajadores no son como el caballero bÍblico de Job. Hagámosles en el gusto, a ver de qué culo sale sangre.

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