Es imponente el edificio Gabriela Mistral. La gente lo sigue llamando UNCTAD, a raÍz de haberse efectuado allÍ aquel importante evento internacional. AllÍ funciona, entre muchas otras cosas, un restaurant popular que es como un prodigioso anticipo de lo que será el socialismo en Chile. Se trata de un autoservicio y funciona en un amplÍsimo salón de la planta baja, donde almuerzan simultáneamente cerca de dos mil personas.

Los precios dan risa. Exactamente dan risa. La colación UNCTAD es un almuerzo completo: una entrada de repollo con un buen trozo de queso fresco, un menestrón abundante con bastante carne, un jugo o una leche, helado de postre por solo E° 25. Los estudiantes solo pagan por esta colación E° 18. Hay extras, todos muy baratos. ¿Es para la risa o no? Usted convida a tres personas a almorzar y finalmente paga E° 100.

Naturalmente que hay una cola, pero camina rápido. La espera no pasa de una media hora. Usted se sirve solo. Toma una bandeja, echa el pan y va escogiendo los platos de su gusto, retira su servicio y se instala en una mesa. Luego de almorzar entrega su bandeja con platos y servicios, paga en la casa y chao pescado. ¡El descueve!

AllÍ nos vemos muchos sanfernandinos que ya pillamos la picada. Luego del almuerzo, dos o tres exposiciones en el mismo edificio. AllÍ también venden buenos libros, artÍculos artÍsticos, hay teléfonos, excelente servicio de baños. Todo muy amplio y muy limpiecito y hasta una cafeterÍa, que funciona al lado del comedor, para arreglar el mundo conversando.

La UNCTAD ha puesto furiosos a los momios. No es para menos. AllÍ se huele el socialismo, se toca, se siente. Ni un solo garzón adulador en vÍas de conquistar una suculenta propina, ninguno que pueda mandarse las partes comiendo langosta, mientras otro se hunde en su popular cazuela. Nadie golpea las manos creyéndose rey del mundo. AhÍ, como decÍa mi abuelo, “cada uno pilla su piojo y lo mata”.

Los momios se irritan y han centralizado su terrorismo en ese edificio a la hora de almuerzo.

Estamos comiendo, la cola ya habÍa terminado cuando arriba, en los amplios vitrales del primer piso, comenzaron a llover las piedras. Los vidrios sorpresivamente resistieron. Só elo un proyectil penetró al comedor. Los fachos, dijo alguien. Las piedras debÍan ser lanzadas con aparatos especiales. Sonaban como balazos. Intervinieron los obreros que construyen el metro a la orilla de la calle. Agarraron a un fascista lanzador de piedras y le dieron hasta por debajo de la lengua. Intervino Carabineros. AquÍ no ha pasado nada.

¡Maricones! Les molesta que comamos barato y como gente decente. Les duele nuestra alegrÍa. Por eso rompen vidrios.

Los comensales siguieron almorzando. Sonrieron. Total, les queda el derecho al pataleo.

Comentarios