Los últimos hechos delictuosos ocurridos en el bullado caso del doctor RÍos de Chimbarongo han puesto en el tapete de la actualidad un problema que tiene hondas raÍces en nuestro sistema, corrompido por los cuatro costados.La pésima legislación al respecto provoca su comercialización con un aparato lucrativo sucio y deshumanizado. Los médicos de los pobres son tan compasivos que cobran entre cincuenta y cien mil pesos a una ordeñadora para solucionarle el grave y terrible conflicto de tener un hijo. Para colmo existe la posibilidad muy cierta que durante la intervención la madre se muera. El hecho es duro como un puño de acero en pleno rostro.
¿Por qué una madre llega a tan tardÍa hora para el aborto? ¿Por qué a los cinco o seis meses? Simplemente porque la operación cae fuera de la reglamentación que pudiera tener una apendicitis o algo por el estilo. Una madre no puede llegar al mes de embarazo a plantear la cuestión a un hospital, porque está prohibido introducir las manos en tal caso. AhÍ está el error. El aborto debiera ser permitido porque el problema económico-social de nuestro sistema está tan derrumbado que, en la actualidad, se hace prohibitivo que nazca un niño. Esa es la realidad.
Lo que complica el asunto es que esta prohibición, esta ilegalidad es aprovechada por el médico inescrupuloso, que aprovechándose de este tremendo problema humano cobra jugosos honorarios que deben ser pagados por fuerza.
¿Cómo se explica el caso que esa ordeñadora se hubiera conseguido más de cien mil pesos para tal eventualidad? La cosa cae de madura. Necesitamos una legislación urgente sobre el aborto. Una legislación que plantee la prohibición de la carnicerÍa, porque es absolutamente inhumano matar una criatura a los cinco o seis meses, cuando ya está completamente formada. Hay que arrebatarle a los malos médicos el cuchillo carnicero con el que despedazan una vida, a noventa dÍas plazo, cobrando al contado violento por esta amabilidad de arrancar un hijo a cuchillazos, con la posibilidad que la madre muera en la contingencia.
No somos hipócritas. En las actuales condiciones de vida por las que atravesamos, con un Gobierno netamente reaccionario, ahogador de la cultura y de la educación, que mantiene con salarios de hambre a la clase trabajadora, cómplice honorario del imperialismo económico de los Estados Unidos de Norteamérica, no podemos hacerle el quite al problema pero tampoco vamos a permitir que los propios cooperadores del sistema, especialistas del cuchareo, vengan a dictar filosofÍas sobre este tipo de consecuencias del capitalismo. Aceptamos el aborto legal hasta los dos primeros meses, pero rechazamos la comercialización inescrupulosa, la carnicerÍa inhumana, para luego hacernos comulgar con ruedas de carreta, argumentándonos que el carnicero es un santo varón amado por los pobres.
En versÍculo aparte haremos un análisis del santificado médico de los pobres, en una respuesta concreta y argumentada a las mentiras de la yegua madrina del periodismo colchagüino.